Crónica breve del Reino de CEO y el Tesoro Maldito
Había una vez un pequeño reino cuadrado, rodeado de agüita decorativa, sillitas flotantes y culos en exposición constante.
En él, el Gran Dragón del CEO arrojaba tesoros desde las alturas, mientras sus súbditos saltaban y aplaudían como si de oro real se tratase.
Yo, viajera accidental y enviada diplomática —
que detesta el reggaetón y las alfombras de partículas— gané unos cuantos tesoros sin siquiera haberlos pedido.
Cinco, para ser exactos. Pero un día, oh funesto error, pedí el último. Uno solo.
Y ardió el castillo.
El Dragón, de escamas finas y ego grueso, me escupió fuego por mensaje privado.
Me bloqueó, me insultó y me desterró sin juicio ni réplica. En la plaza pública —léase: Facebook— expuse su reacción. Error número dos.
Entonces se desató la danza de los fieles:
la princesa ignorada, el caballero indecoroso y la doncella apurada.
Todos corrieron a defender al Dragón, no porque tuvieran razón, sino por miedo a que se les venga el castillo abajo.
Moraleja:
Cuando el rey grita e insulta, no falta quien aplauda.
Por qué en vez de proteger lo justo y respetar a los demás, prefieren ensalzar al bruto… no sea que los saque de su comodidad"
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